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2 de septiembre / Día de la Industria Nacional

Ernesto J. García / Editor

“Solo sobre cimientos sanos y robustos se pueden levantar enormes edificios que perduren en el tiempo”.

Sin Industria no hay Nación

Celebrar este día nuestro —de la enorme familia de hacedores de la Nación—, da pie para exteriorizar nuestra alegría y plantear algunas cuestiones que hacen a nuestra realidad actual. Pero sobre todo en la medida en que esta conforma y determina nuestra realidad futura, en el mediano y largo plazo.

Los países no son grandes por su extensión territorial, sino por el aprovechamiento razonado y eficiente de sus riquezas y de su potencialidad económica. Las naciones que de verdad pesan en el mundo, jamás se han apartado de estos principios. Incluso aquellas que, como Japón, han arrancado su camino desde la desventaja inicial de una territorialidad insular mínima y fragmentada.

En Argentina, el aprovechamiento territorial es aún tema pendiente. Resuelto de manera parcial a partir de la regionalización y la creación de parques y polos industriales. El desarrollo exige —fundamentalmente— una política demográfica orientada a poblar vastas áreas de escasa densidad humana. La industria requiere de mano de obra accesible (en distancias), por lo cual se debería favorecer la generación de focos dispersos a todo lo largo y a todo lo ancho del territorio. No se pueden instalar industrias donde no hay gente. Pero no se puede radicar gente donde no haya fuentes de trabajo estable.

Se pueden discutir dentro de un rango amplio de variables las modalidades del desarrollo industrial. Lo único cierto es que el tema requiere cumplir al menos dos condiciones: la decisión política de hacer efectivo ese desarrollo y la formulación de un proyecto industrial en etapas que atiendan a lo inmediato y a lo por venir. Analizando incluso con suma atención los tramos que van quedando atrás. También se aprende de los errores, aunque a veces duela y queden cicatrices.

El núcleo del problema es sencillo de aprehender. Y no depende de factores técnicos sino de un dilema filosófico: autodeterminación o dependencia. O el país toma conciencia real de la necesidad de crecer por sí y para sí, o estaremos condenados a bailar la música que toquen los líderes del mercado internacional. Que raramente suena a cuestiones que tengan que ver con nuestra idiosincrasia, ni con nuestro crecimiento como nación ni con el futuro de nuestros bisnietos. Hemos aprendido en carne propia que en este complejo juego de intereses, nadie se rasca para afuera.

La globalización es un hecho que nadie discute como realidad. Lo que nos cabe es comprender los mecanismos que la mueven y los intereses que la impulsan. Sobre todo el hecho —cínico y cruel si los hay— de que los objetivos exclusivos de la globalización son ganar lo máximo invirtiendo lo mínimo, a como dé lugar. Si por el camino quedan praderas desertizadas, selvas derrumbadas, yacimientos agotados, ecosistemas destruidos, pueblos fantasmas, fuentes de trabajo aniquiladas, residuos tóxicos, acuíferos envenenados y napas contaminadas, a los dueños de la pelota no se les mueve un pelo. Pruebas al canto, la reticencia y la franca negativa de los países más desarrollados a suscribir protocolos y pactos internacionales que al menos pongan paños fríos al deterioro ya casi irreversible del biosistema planetario.

Estas consideraciones  nos mueven a poner el énfasis en la necesidad de generar un proyecto de desarrollo industrial coherente y centrado en el bienestar del país de puertas adentro. Y apoyar con todo nuestro empeño y saberes las políticas emergentes de tal proyecto. Es decir reafirmar nuestra existencia como país verdaderamente independiente y empeñar lo mejor de nosotros para que este país crecido a medias y a los barquinazos, se consolide como la gran nación con que soñaron algunos de nuestros antepasados y a la cual aspiramos todos, por nosotros y por nuestra posteridad.

La industria es la gran dadora de trabajo. Cuidemos nada más que ese trabajo tenga continuidad en el tiempo y grandeza en el sentido de aceptar y asumir que ningún bienestar y ninguna riqueza se pueden lograr a costa del sacrificio y la miseria de las mayorías en provecho de minorías voraces y egoístas. Solo sobre cimientos sanos y robustos se pueden levantar enormes edificios que perduren en el tiempo.

Hacemos llegar nuestro cordial saludo a cada uno de los componentes de nuestra gran familia: empresarios, técnicos y operarios, abrazados todos alrededor del tronco común de este árbol a cuya sombra deseamos crecer, sin olvidar las raíces pero apuntando al crecimiento equilibrado de su copa y de sus frutos.

© Gregorio Echeverría / El Talar

Publicado en: https://www.consumerperiodismo.com.ar/2020/09/2-de-septiembre-dia-de-la-industria-en-la-argentina-sin-industria-no-hay-nacion-por-ernesto-garcia
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